Nota del editor: Ashish Prashar es miembro de la junta del grupo sin fines de lucro Just Leadership USA, que trabaja para lograr la justicia racial y social. También es miembro del consejo asesor de la Iniciativa empresarial responsable para la justicia, una organización sin fines de lucro que busca una mayor equidad en todo el sistema de justicia penal. el tuitea @Ash_Prashar. Las opiniones expresadas en este artículo son suyas. Lea más opiniones en CNN.
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Cuando tenía 17 años, algunos amigos y yo fuimos atrapados robando ropa de una tienda departamental de alta gama en Londres. Fui arrestado, acusado y finalmente condenado por robo. Era mi primera ofensa, pero el juez no se sentía indulgente: me sentenciaron a un año de prisión.
Eso fue hace dos décadas. A principios de este año, en el vigésimo aniversario de mi liberación de prisión, recibí el regalo más monumental: el nacimiento de mi primer hijo.
Escuchar ese primer llanto cuando nació mi hijo, acunarlo en la sala de partos y sostener su pequeña mano mientras se dormía en la recuperación posparto me hizo sentir profundamente agradecida de que nos haya elegido a mi esposa y a mí.
Ahora tiene poco menos de un año. Al igual que su madre, es un caminador precoz, lo que nos mantiene de pie mientras camina por el apartamento con más confianza cada día. He podido verlo pasar de gatear a caminar y todos los demás momentos del camino, porque estoy viviendo en libertad.
Pero no puedo evitar pensar en las personas que no pueden vivir esos momentos con sus hijos debido a nuestro inhumano sistema de encarcelamiento masivo. El nacimiento de mi hijo ha despertado muchos sentimientos nuevos no solo sobre mi propio tiempo en prisión, sino también sobre la forma en que los padres y los niños en todo este país son cruelmente separados por el encarcelamiento.
Es cierto que mi punto de vista es algo contrario a la postura de “enciérrenlos y tiren la llave” propugnada por algunos defensores de la línea dura de la ley y el orden. Pero creo que los legisladores, y la sociedad en general, deberían apoyarse cuando sea posible para facilitar que los niños y los padres encarcelados permanezcan en contacto.
Las familias no deben separarse como resultado de una condena. Por supuesto, nuestro sistema de justicia penal debe centrarse absolutamente en hacer que las personas rindan cuentas, pero de una manera que no perpetúe el daño. El mismo acto de encarcelamiento a menudo inflige más daño a más personas que el delito mismo. Incluso para las personas condenadas por delitos graves, la sociedad invierte en que se conviertan en mejores seres humanos, incluso en ser mejores padres.
Hay ejemplos en los que se están realizando esfuerzos para permitir el contacto físico entre las personas encarceladas y sus hijos. De hecho, tres estados, Connecticut, California, Nueva York, así como Washington, DC, tienen programas que permiten visitas prolongadas entre las personas encarceladas y sus familiares. Nosotros, en el campo de la reforma judicial, entendemos el papel vital que las visitas pueden desempeñar para la salud mental y el bienestar emocional de las personas encarceladas y cómo aumenta las probabilidades de éxito cuando esa persona es liberada.
Lamentablemente, los movimientos que facilitan que los reclusos se conecten con sus seres queridos no se están adoptando en todas partes. El otoño pasado, Montana suspendido visitas para las personas en sus prisiones debido a la escasez de personal, y los funcionarios dijeron que esas visitas permanecen suspendidas hasta nuevo aviso. En Nashville, las visitas en persona terminaron durante el brote de Covid-19 y hasta ahora no se han reanudado.
Llegué a comprender la profunda pérdida causada por la separación familiar durante mi tiempo en prisión cuando era adolescente. Atrapado tras las rejas, vi humillaciones y palizas. Presencié a los presos mayores lanzarse unos contra otros a los más jóvenes. Los llamados oficiales correccionales se llevaron la comida, esposaron a los jóvenes, hicieron comentarios racistas y nos agredieron verbal y físicamente, tratando de incitarnos a reaccionar. Incluso me pusieron en confinamiento solitario por un corto tiempo para mi propia protección. La prisión no se creó para rehabilitar, sino todo lo contrario.
Fui extremadamente afortunado: los familiares pudieron asegurar mi liberación después de cuatro meses. El tiempo que pasé encarcelado no me rompió, pero me cambió. He pasado gran parte de mi vida profesional en el gobierno y en organizaciones sin fines de lucro, enfocada buena parte de ese tiempo en iniciativas que ayudan a las personas encarceladas. Y de esas personas encarceladas, los padres encarcelados son lo más importante para mí.
Estados Unidos encarcela a más personas que cualquier otra nación del planeta, según Equal Justice Initiative. Y los mantenemos encarcelados por un tiempo irracionalmente largo. Más de la mitad de los reclusos, el 57%, cumplen sentencias de 10 años o más, según el Consejo de Justicia Criminal. De las personas que cumplen penas de prisión, una de cada siete cumple cadena perpetua. Ese tipo de separaciones prolongadas hacen que cualquier idea de poder nutrir los lazos familiares que sostienen el alma sea una quimera.
Según el Departamento de Justicia de EE. UU., en 2016, el 47 % de los hombres encarcelados en prisiones estatales o federales y el 58 % de las mujeres encarceladas son padres de niños menores de edad. La mayoría de las personas en prisiones estatales están encarceladas a 100 millas o más de su hogar, según la Oficina de Estadísticas de Justicia, mientras que los reclusos en detención federal están encarcelados, en promedio, a 500 millas de su hogar.
Dadas estas enormes distancias, parece muy poco probable que estas personas vean a sus hijos con alguna regularidad durante el período de su encarcelamiento. De hecho, la Oficina de Estadísticas de Justicia encontró que solo el 42% de los padres en prisión estatal que tenían hijos menores de edad recibieron una visita en persona de sus hijos desde que fueron admitidos.
No me hago ilusiones de que los reencuentros entre las personas encarceladas y sus hijos sean posibles o incluso deseables en todos estos casos. Pero todos los años, en el trabajo que hago, me encuentro con demasiados jóvenes que han sido separados de sus padres por la violencia del encarcelamiento, a muchos de los cuales les encantaría restablecer algún tipo de vínculo con ellos. Nuestro país criminaliza desproporcionadamente a las personas por cometer errores. Y la pena se agrava cuando son satanizados como malos padres y apartados de sus hijos.
Es hora de que reconozcamos que cuando encarcelamos a los padres, infligimos un daño potencialmente irreparable a sus familias. El Instituto Nacional de Justicia, el brazo de investigación del Departamento de Justicia de los EE. UU., descubrió que tener un padre encarcelado se ha relacionado con una serie de resultados negativos en varias áreas, incluida la salud mental y del comportamiento, la falta de vivienda, el rendimiento escolar y las interacciones futuras con el sistema de justicia criminal.
Necesitamos encontrar formas que permitan a las personas permanecer en la comunidad y proporcionar los recursos para detener el ciclo que alimenta el encarcelamiento masivo. Y tan profundamente como sufren los padres, los 1,25 millones de niños que se quedan atrás para sobrellevar el dolor de la separación de sus padres encarcelados también suelen sufrir graves daños emocionales. Sus historias individuales de dolor son un poderoso testimonio de la urgente necesidad de reforma.
Necesitamos desafiar las leyes y políticas que criminalizan a los padres, en particular, a las personas pobres y de color. Las políticas que separan a las familias y reducen la seguridad y el bienestar de nuestras comunidades son una parte horrible e inhumana de nuestro presente. Debemos asegurarnos de que estas políticas no sean parte del futuro de nuestros hijos.
