Por: Fabio Alonso Vergel Serna – economista
La COP16 es una oportunidad para que Colombia, y por extensión todas sus regiones, se posicionen en el escenario global como un país comprometido con un futuro sostenible. Indudablemente esta Conferencia sobre BIODIVERSIDAD en Cali representa una oportunidad única para orientar en la dirección adecuada, definir en términos contemporáneos nuestro compromiso con la naturaleza y demostrar que Colombia puede ser el referente del camino que deban seguir otras naciones hacia un equilibrio con el planeta.
Mis nietos María Alejandra y Pablo en nuestra habitual conversación sobre economía, cuyo objetivo principal es la COP16 amables lectores, me dicen que sería interesante plantear, por ejemplo, si allí se resolverá la biopiratería y el acceso descarado de empresas extranjeras, de países potentes, como Estados Unidos y los de la Unión Europea, a la explotación de riquezas de naciones débiles, sometidas, como es el caso de Colombia. Desde hace tiempos los recursos naturales son una mercancía, cuyo mercado y explotación han estado bajo el control de Washington y sus aliados de Europa.
“Es una reunión de los intereses máximos del neoliberalismo, una ocasión para seguir recetando sus fórmulas de sometimiento a las neocolonias, como ha sido el patético caso de Colombia ayer y hoy. Ya se ha dicho por aquí y por allá, pero, creo, no sobra repetirlo: nuestro destino, de acuerdo con la dominación de la metrópoli, es la de seguir siendo proveedores de materias primas y de mano de obra barata, con participación desigual en los términos de intercambio, y de compradores de insumos extranjeros más costosos.
Así que, lo más probable, es que sigan siendo los países más desarrollados en su capitalismo los que tracen las líneas en la conferencia y digan cómo tienen qué moverse los muñecos, o los títeres, de sus satélites. No faltará una que otra pataleta de los sometidos por la avidez y otros modos de los zarpazos de los mandamases. Pero será solo eso, un “BERRINCHE DE CULICAGADO”, como decían algunas señoras de antes”. Escribe Reinaldo Spitaletta en el Espectador.
Agrega que “Colombia como el viejo Clemente Silva, el otro narrador de La vorágine, ha tenido el “MONOPOLIO DE LA DESVENTURA” con su abundancia de recursos naturales. El saqueo ha sido parte de una historia de asaltos, en especial de potencias extranjeras, sobre el suelo y el subsuelo, el aire, el mar, las otras aguas, la selva…Y al ser uno de los países del mundo con mayor riqueza biológica (agua, flora, fauna) también, como si ser dueño de un tesoro de biodiversidad fuera una desgracia, es uno de los más explotados de modo irracional.
En este centenario de la publicación de La vorágine volvimos a esculcar en la historia aquellas faenas de agresiones permanentes contra indígenas, llamados entonces los “irracionales”, esclavizados, pulverizados por la voracidad de la Casa Arana, fachada de una transnacional inglesa, colonialista y expoliadora, y más agresiva que las tambochas que “ponían en fuga pueblos enteros de hombres y de bestias”. Las selvas colombianas (también las peruanas y brasileñas) al ser ricas en caucho, fueron el escenario de un genocidio y otras barbaridades.
La riqueza natural, como una paradoja surrealista, ha sido una causal de agresiones, expoliaciones y otras maniobras de países extranjeros, de multinacionales y, aunque parezca un anacronismo, del imperialismo estadounidense, que comenzó, a principios del siglo pasado, a apoderarse del petróleo nacional. En las concesiones de gobiernos criollos entreguistas se combinaron factores como el de la separación de Panamá, aupada por Washington y el expansionista Teddy Roosevelt (el que con mucha guasa dijo: (“I TOOK PANAMÁ”), y la llamada “danza de los millones”, como efecto del pago de la indemnización gringa, cuyo cobro condujo al arrodillamiento de mandatarios colombianos”.