
Después de que decenas de civiles palestinos murieran tras un ataque aéreo israelí en Rafah esta semana, la Casa Blanca dejó claro: el incidente no cruzó la línea roja que ha trazado el presidente Joe Biden cuando se trata de proporcionar ciertas armas estadounidenses a Israel.
Dónde se ubica exactamente esa línea sigue siendo algo difícil de alcanzar desde que Biden confirmó por primera vez a un entrevistador en marzo que ese umbral existe.
Los asesores de Biden, muy conscientes de los presidentes anteriores que trazaron líneas rojas sólo para dar marcha atrás en cualquier acción prometida cuando las cruzaron, alguna vez descartaron hablar de “líneas rojas” como una obsesión mediática.
“Todo el tema de la línea roja, como la definen todos ustedes, es algo que les gusta a ustedes; casi se ha convertido en una especie de juego de salón de seguridad nacional”, dijo a los periodistas el asesor de seguridad nacional de Biden, Jake Sullivan, en marzo, después de que el presidente sugiriera por primera vez que una invasión de Rafah lo llevaría a repensar algunos aspectos de su política.
Sin embargo, como mínimo, los propios comentarios de Biden desde entonces sugieren que hay acciones que Israel podría tomar que desencadenarían un nuevo enfoque por parte de Estados Unidos. Se lo dijo al primer ministro Benjamín Netanyahu durante llamadas telefónicas y transmitió su postura públicamente en una entrevista con CNN.
Pero se ha mostrado vago respecto de cómo cuantificará esa decisión, lo que ha generado frustraciones y cierto grado de confusión sobre su postura. Muchos demócratas, junto con líderes extranjeros a quienes Estados Unidos considera aliados, dicen que las acciones de Israel claramente cruzan una línea roja: si no las de Biden, entonces las suyas propias y las del derecho internacional.
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