viernes, febrero 7, 2025
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Eterna discusión, resultados pruebas ICFES –

Por: Diógenes Armando Pino Ávila

    Como todos los años, en los colegios de Colombia se inicia la discusión sobre los resultados de las pruebas ICFES. Los directivos docentes, las secretarias de educación se dan el pellizco para motivar a los docentes sobre la necesidad de aplicar estrategias innovadoras que permitan superar los resultados del año anterior y buscar las posibles causas de los bajos resultados obtenidos. Es en estas discusiones donde afloran en forma recurrente los traslados de culpas y justificaciones que no permiten hacer, por parte del docente, un acercamiento crítico, concienzudo, y sincero sobre el problema en sí. Aclaro, soy docente en ejercicio, soy parte del problema y creo que al igual que los demás profesores tenemos la obligación de ser parte de la solución. Por ello creo necesario dar mi humilde punto de vista, para que sirva de discusión y análisis, que suscite la crítica, el análisis y la discusión sobre el particular.

    Generalmente, un gran número de educadores al enfrentar el análisis y discusión del problema de los resultados de las pruebas, acostumbramos a trasladar culpas con argumentos tales como que el gobierno no da los medios y que los ambientes de aprendizajes no son los adecuados, sin embargo, nos contra argumentan con resultados de escuelas veredales de la Colombia profunda que presenta resultados mejores que nuestros colegios de cabeceras municipales. Algunos educadores apelamos al argumento de que la culpa es del padre de familia, decimos que “no se preocupan” de la educación de sus hijos.  Es bueno contra argumentar que todo padre “se preocupa” de la educación de sus hijos, el problema está en que “no se ocupan” en razón a sus trabajos que no les da tiempo para ello, o en razón a su poca preparación y nivel académico que no le permite entender o ayudar en las tareas escolares. Allí, los que tenemos recuerdo de infancia, sabemos que nuestros padres, por ser iletrados en su mayoría “se preocupaban” pero tampoco “se ocupaban” de este menester.

     Ahora bien, situémonos en un tópico nuevo, en una arista ríspida, que casi nunca tocamos. Mientras no cambiemos de concepto sobre lo que es importante en la educación de secundaria, mientras privilegiamos “el comportamiento” antes que “el conocimiento”, seguiremos ocupando los últimos lugares en las pruebas del estado. Mientras sigamos calificando cuaderno en limpio, mientras sigamos dictando los temas con títulos a color y calificando tareas y previas en clase y otras prácticas que se dan en el currículo oculto, mientras no se instaure institucionalmente “un plan de lectura” y seamos capaces de dar el salto de “la lectura recreativa” y pasar a “la lectura crítica”, mientras no incentivemos “el pensamiento crítico”, mientras nuestros estudiantes no sean capaces de comunicar sus ideas y utilizar la comunicación fluida como herramienta de intercambio de ideas, mientras no les permitamos la libertad de opinión, de discernir, controvertir, preguntar, y contra preguntar, mientras no sean capaces de dudar de todo, principalmente de lo que se le inculca en la escuela, jamás será capaz de buscar o producir por sí mismo otra opinión. Mientras esto se mantenga en un statu quo, seguiremos dando promociones de alumnos dependientes y manipulables.

     Tenemos invertido todo el proceso, creemos que el comportamiento potencia al conocimiento y nos hemos comido la carreta japonesa de que son inteligentes, de que son buenos, porque se comportan bien, desconociendo que ellos tienen tecnología y tienen una tradición milenaria de su cultura. Estamos más pendientes que el alumno lleve el uniforme, los zapatos, las medias, los cordones, la correa, el pantalón y la camisa de la institución, creemos que eso es lo importante, y estamos sacando promociones de personas que portan una ropa limpia bien planchada, unos zapatos bien lustrados, pero con la cabeza sin ideas y sin ningún conocimiento.

    La obviedad ofende, pero en este texto hay que utilizarla, será que nosotros los educadores no nos hemos dado cuenta que en las pruebas del Estado o en el ingreso a la Universidad, nunca preguntarán al estudiante si se portó bien en el colegio, o si siempre usó el uniforme en los once años de su escolaridad. Es esta obviedad la que debe conducirnos a un cambio de actitud sobre el rol que debemos jugar en nuestro quehacer docente. Debemos tener claro que el saber potencia el comportamiento, pues cuando el estudiante sabe, cuando conoce, puede juzgar, puede hacer juicios de valor sobre su propia actitud y proceder, es entonces cuando puede modificar su propia conducta, quiere decir esto que, hay que privilegiar el saber, el conocimiento ya que al comportamiento lo modifica el propio sujeto cuando toma consciencia de sí mismo y de su responsabilidad y rol dentro del colectivo donde se desenvuelve.

     Es común en nuestras instituciones, festejar y sacar pecho por la nota de uno o dos estudiantes por encima del promedio municipal o departamental y nos sentimos superiores como institución frente a otras que su alumno sacó menos. No analizamos que ese estudiante con esa nota media en la excepción ante la totalidad de los de once de la institución, pues la mayoría quedó por debajo del promedio. Creo que hay qué reconocer a ese chico su nota, pero esto debe llevarnos a reconocer la falencia de la mayoría de nuestros estudiantes de la institución, debemos ir más allá, ahondar en el análisis y ser crítico viendo por qué la mayoría quedó por debajo de la media municipal o departamental o nacional.

Hay que cambiar o actualizar el chip como educadores que somos, hay que ser más analíticos, más críticos, menos indulgentes con nosotros mismos, asumir con entereza la parte de la responsabilidad que nos corresponda, hacer como diría el Padre Astete en su catecismo: Un propósito de enmienda y una constricción de corazón. Hay que cambiar métodos, sistemas, costumbres, tradiciones, concepciones y conceptos educativos, hay que situarse en el año 23 del siglo XXI.


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