viernes, enero 24, 2025
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Cultura sin mensaje, es cultura inocua.

Por: Diógenes Armando Pino Ávila

Aristóteles decía que el arte es una actividad humana que crea realidades estéticas, claro está, aclara que esa realidad creada por el ser humano, es una realidad que antes no existía.

Ahora bien, el arte, la cultura en sí, para serlo y ser reconocidos como tal, deben llevar un mensaje, el cual no necesariamente debe ser explicito, ese mensaje debe ser inherente de la obra misma, debe decir, sin decirlo, un mensaje que llegue a los intersticios de la inteligencia del que lo ve, escucha, lee, o palpa, según sea la disciplina de que trate ese arte o cultura.

De ahí que la cultura, entre ella, el arte, lleva asociado a sus manifestaciones un discurso, el cual puede ser, de reivindicación étnica, social, protesta, ecológico, estético o político. En literatura, un cuento, una novela, un poema, este debe, entre líneas aportarle al lector un mensaje, el que, al ser interpretado por la persona receptora, su magia consista en que cada lector lo interprete a su manera y cada vez que lo lea, dé nuevas interpretaciones y esa obra aún siendo la misma sea otra en cada uno de sus lectores. Sin embargo, si esa obra no lleva entre líneas el mensaje, el lector solo captará la anécdota y esta, anécdota simple, al fin y al cabo, por picaresca que sea, no dejará una enseñanza en el lector, no suscitará un cambio o no reafirmará algo en el pensamiento de esa persona que lo lee.

Las manifestaciones culturales, casi todas llevan un discurso asociado, la mayoría se reafirman como formas identitarias de un territorio, narran historias de sus pueblos, de sus mayores, preservadas por la oralidad. Sería impensable concebir la cultura de Palenque sin un discurso libertario, la cultura andina sin las reminiscencias de su ruralidad, la cultura del Pacifico sin pensar en los esclavizados traídos del África, la tambora sin sentir la presencia sincrética del indígena, el negro y el blanco. Es ese discurso asociado y las sensaciones que suscita el que mantiene viva la tradición.

Cuando la cultura pierde el sustrato del discurso que la soporta es fácil la desviación de la misma y sus portadores pierden el norte que los orienta a su objetivo de pervivencia. Pensemos en la música folclórica nuestra, la que, por su origen popular, su mensaje fue siempre elemental como la vida cotidiana de la provincia, ese mensaje reivindicaba el amor, el trabajo, costumbres, tradiciones, la belleza de la mujer, el machismo, la fiesta. Pero llegó un momento en que las relaciones de dominio del político sobre el resto de la población, llevó a que sus ejecutores le cantaran al gamonal, es decir, fue utilizada como elemento de propaganda en favor del poderoso para incentivar su dominio y ascendencia sobre el territorio.

Andando el tiempo, en razón a dinero y regalos, pasó a ser una especie de medio propagandístico para marimberos la incipiente elite narco del momento y se escuchaban cantos de elogios a políticos y otros mitificaban a personajes marimberos que ostentaban el poderío del dinero y podían darse el lujo de la parranda interminable.

La cosa no paró ahí, pues esa moda nunca ha sido estática, ya que nuevos actores de dominio aparecen y entre políticos, gamonales y los narcos incipientes, aparecen los paramilitares que se emparrandaron con los otros y en las plazas de los pueblos al son de los cantos, se escuchaban los vivas y agradecimientos a estos nuevos personajes que patrocinaban las fiestas y la música de tarima, mientras el pueblo enfiestado y borracho daba viva a estos personajes.

Por eso, toda actividad cultural, la danza, el canto, la pintura, la literatura no debe perder la sana costumbre de tener un discurso asociado, el cual debe hablar por si y para el que lo disfruta, permitiendo un dialogo silencioso entre el lector, espectador, oyente y la obra, que haga vibrar el alma del interlocutor y permita una interpretación que sacuda la conciencia, pues este dialogo debe ser provocador, capaz de golpear la conciencia más dormida y despertarla para que observe el mundo desde una perspectiva diferente, más humana, más lúcida, más comprometida con la realidad que el portador de ese arte o cultura dice o pretende demostrar.

La pintura, no solo debe ser forma y colores, ella también debe llevar mensajes, no importa a que escuela o estilo representa, su mensaje debe ir entre pinceladas que permitan evocaciones, recuerdos, alegrías, tristezas sueños, interpretaciones diferentes del mensaje, tal vez, como en las otras disciplinas la obra genera interpretaciones que el artista nunca pensó, pero el espectador al hacer su interpretación traduce los códigos intrínsecos en ella en un lenguaje muy propio y personal.

Otra cosa es el arte protesta, el que, desde el grafiti a los murales, al lienzo, a las tablas del teatro, la poesía, el canto, etc. Llevan en forma más clara su intensión, son formatos provocadores, contestarios que señalan, denuncian hechos, pasajes de la historia, confrontaciones, pugnas, sucesos sociales de la época. El caso reciente de: Las cuchas tenían razón, o el caso sonadísimo del negacionismo en grado sumo, en que en el año 1979 el presidente Turbay con el cinismo que siempre le caracterizó, negaba las violaciones a los derechos humanos y la persecución, encarcelamiento y tortura de artistas e intelectuales, con la frase «En Colombia el único preso político soy yo» y que algún muchacho universitario rebelde al rayar un muro en Bucaramanga con un grafiti inolvidable , dio la respuesta más contundente con la frase «Libertad pa’ Turbay»


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