Amables lectores en esta oportunidad la conversación con Pablo mi nieto es sobre como los monseñores y curas aprovechan el pulpito para asumir posturas fascistas.
Iniciamos recordando a Miguel Ángel Builes obispo de la Diócesis de Santa Rosa de Osos (Medellín), a principios de la década de los 50. Durante casi cuarenta y tres años Builes estuvo al frente de ella, en los cuales fue un personaje polémico, debido a su postura acérrima frente a los gobiernos liberales y de izquierda. Hoy el padre chucho y otros curas quieren convertirse como sus émulos atacando desde el pulpito al GOBIERNO DEL CAMBIO.
Builes encendía a su púlpito con el pronunciamiento de la frase “matar liberales no es pecado” durante una de sus homilías; tomando partido entonces de la sangrienta lucha que conservadores estaban desarrollando en todo el territorio colombiano para impedir a toda costa, que los liberales llegasen al poder. Esa lucha había tenido, poco años antes, su episodio más sangriento con el asesinato del dirigente Jorge Eliécer Gaitán (09 de abril, 1948), el posterior Bogotazo y la lucha armada que siguió y que casi 20 años después dio paso a los movimientos guerrilleros que tuvieron al país como campo de batalla hasta el segundo decenio del siglo 21. Para Builes resultaba aberrante que las mujeres llevaran pantalones, montaran a caballo y usaran minifalda. Eran demoníacos los carnavales, los reinados, los boleros de Daniel Santos y el mambo de Pérez Prado. El cine no era más que “uno de los medios más eficaces de dañar las almas si no se le pone cortapisa” y la radio sólo era uno de los tantos vasos comunicantes de Satán. Los bailes fomentaban la fornicación y el bambuco “era un invento pagano”. Era pecado estar a la moda, leer el Tiempo, y sobre todo ser liberal.
Sus convicciones las volvía manual de comportamiento público desde el púlpito. Su fanatismo religioso con frases como “un campesino colombiano debe ser un soldado de Dios encargado de combatir el ateísmo liberal” o “Los obispos que no defenestran desde el púlpito la apostasía roja no son más que unos perros echados” con la que polarizó aún más la violencia bipartidista que azotó el país entre los años 1946 y 1964 y que dejó más de 200 mil muertos,
Hoy en pleno siglo XXI, en una velada incitación a la acción intrépida formula en plena misa el padre Chucho, en el país que se desangra. Advierte a grandes voces el prelado, Jesús Orjuela, que Colombia “se prepara para una guerra civil (pues) el pueblo sufre por un hombre que quiere destruir”. Evoca discurso y escenario de tonsurados que en tiempos de la Violencia instaron desde el púlpito a matar liberales, voz cantante del oscurantismo homicida del laureanismo que entre los fascismos había escogido el de Francisco Franco. Hieren doblemente sus palabras porque reabren heridas de aquella guerra santa y porque en la Iglesia ha terminado por prevalecer el compromiso con la paz. Monseñor Omar Sánchez, arzobispo de Popayán, reconvino al cura de marras: “uno no puede confesarse cristiano y manifestar signos de muerte (…) que destruyen vidas”, declaró. Se precave el prelado contra horrores que, si no obedecen hoy a conflicto entre liberales y conservadores, reeditan su pauta sangrienta: la insurrección retardataria cobró en solo un día 150 vidas en el pueblo de Ceilán.
Con la Violencia se respondió a las reformas sociales de la Constitución de 1936 pero, sobre todo, al desmonte del Estado confesional que perpetuaba el imperio de la Iglesia sobre la vida pública y privada en la nación. La Revolución en Marcha enfrentó el Concordato que imponía en la educación el dogma y la moral católicos y, fundando el orden político en la religión, extendía el régimen de privilegio de la Iglesia también al estatus ciudadano.
Jerarquía de la Iglesia y dirigencia conservadora alentaron, a una, la rebelión contra el “diabólico estatuto”. Alberto Lleras escribió: las campañas de tipo fascista vienen de “eclesiásticos ardorosos que están organizando campesinos y estimulando una cristiana insurgencia de clase”. Para la Iglesia, la reforma de López Pumarejo es sacrilegio; para el partido azul, un atentado a la identidad conservadora edificada en la simbiosis de lo sagrado y lo político. Recuerda Daniel Pécaut que, con apoyo del episcopado y de miembros del notablato económico, se crearon en Medellín organizaciones paramilitares como la llamada Alianza para la Fe.
En esta guerra contra la secularización del Estado descolló el fundamentalismo ultramontano de Monseñor Builes. Para el purpurado, “los obispos que no defenestran desde el púlpito la apostasía roja no son más que perros echados”. Y su Pastoral 10, 9, 44 reza: “si en las divinas escrituras se os llama Señor de los Ejércitos, contened las fuerzas del infierno (…) burlad sus sacrílegos intentos, tronadles en vuestra ira, conturbadlos en vuestro furor, quebrantadlos con barra de hierro y despedazadlos como artefacto de barro”. Ya el canonizado monseñor Ezequiel Rojas había llamado a empuñar las armas contra los liberales en la Guerra de los Mil Días.
Las revoluciones liberales separaron hace siglos Iglesia y Estado, disolvieron el haz de poder que mezcló política y religión. Conquista admirable de la modernidad. Pero en Colombia es camino incierto marcado por pugilatos en la Iglesia, que se embarca en la Teología de la Liberación inspirada en Juan XXIII y alcanza su clímax en el Celam de Medellín en 1978, para desbarrancarse luego en el abismo reaccionario de Juan Pablo II y sellar con el broche ominoso de su sabotaje a la paz en el plebiscito de 2016.
Pero el episcopado de Colombia se compromete ahora como mediador en el conflicto y apasionado animador de la reconciliación. Tal vez comprendió que la mengua del rebaño responde a la derrota de la opción social por los pobres; donde no podían sino germinar flores carnívoras como esta del padre Chucho, desapacible émulo de monseñor Builes.
Cuando hacemos referencia en el título a otros curas, es para mencionar al cura del templo de San Francisco en Ocaña, que el domingo de resurrección aprovecho el pulpito para asumir posturas fascistas en contra del actual gobierno del cambio, pero no hace alusión al GENOCIDIO en Gaza.
Le recuerdo que el régimen sionista de «Israel», con el beneplácito de Europa y EEUU, ha asesinado a más de 33 mil personas y herido o mutilado a más de 100 mil. Pero el pueblo palestino se niega a flaquear mientras los niños son asesinados y las mujeres violadas y los ancianos humillados sin que los países reclamantes de derechos humanos tomen acción alguna, como si la humanidad hubiera fallecido y hubiera sido exterminada por Netanyahu, el mayor psicópata, asesino y genocida de la historia.
P.D. En este sentido le pediríamos a Omar Sánchez, arzobispo de Popayán, reconviniera al cura de marras.
FUENTE: El ESPECTADOR.